jueves, 21 de enero de 2010

Adopción y encuestas

“¿Cree usted que un niño adoptado por homosexuales sería víctima de burlas y discriminación por parte de sus compañeros de escuela?”. Esta una de las tres preguntas que el Partido Acción Nacional incluyó en la encuesta que esta semana realiza entre los habitantes del Distrito Federal.
Como muchas veces se ha señalado, la participación de la población en temas de mayor relevancia pública no sólo es una necesidad, sino que los gobernantes tienen la obligación de fomentarla y escucharla. Sin embargo, cuando las encuestras son formuladas por los mismos interesados en que se apruebe o no una determinada iniciativa éstas casi siempre dejan más dudas que certezas. La representación y legitimidad de este ejercicio democrático quedan en duda. El peligro está en que las encuestas, consultas o plebiscitos estén “amañados”.
Esta consulta organizada por el PAN obliga a respondernos varias dudas sobre la igualdad de derechos. Por esto, la primera pregunta de la mencionada encuesta, que dice “¿Está usted de acuerdo o en desacuerdo con que se permitan en el Distrito Federal los matrimonios del mismo sexo?” pone en duda la igualdad de derechos civiles. Aunque el Partido Acción Nacional haya dado el día de ayer (20 de enero) resultados preeliminares que indican un rechazo de 53 por ciento a matrimonios entre personas del mismo sexo, es necesario insistir que nadie con un mínimo carácter demócrático puede poner en duda el acceso a los derechos de cualquier ciudadano. Los derechos no se someten a la opinión de la mayoría, sino que todo estado democrático está obligado a no sólo protegernos, sino a fomentarlos.



Pero son quizás las dos últimas preguntas las que intentan catequizar sobre la forma en que las personas deben entender a la familia. Los argumentos dados por los legisladores del PAN no han tendido la voluntad de exponer más que dictados morales. Los organizadores no pueden ocultar un dejo de intolerancia por negar el estatus de familia a quienes, por extensión, no correspondan a la forma tradicional.
¿Que los niños criados por parejas homosexuales serían discriminados por sus compañeros? Sin duda. Y aunque a las buenas conciencias de Acción Nacional pretender prevenir la discriminación, sus baterías apuntan más a la posible víctima que al actor del abuso. Para ellos es más facil relegar al objeto de discriminación que fomentar la cultura de la tolerancia. Las parejas y las familias actuales se conciben por medio del afecto, la compañía, el compromiso y la solidaridad. Equiparar en automático a las parejas homosexuales con prácticas perversas, adicciones, libertinaje o irresponsabilidad –como sí lo hizo el semanario Desde la fe este fin de semana− es un tipo de discriminación que generaliza injustamente al grueso de este grupo por las actitudes de unos cuantos descarriados, si los hay. Y prácticamente todos los partidos y actores políticos se han subido en este ring. Por ejemplo, el diputado local por el Partido Verde afirmó recientemente que los “capitalinos no están preparados para aceptar esas modificaciones sociales”. Al parecer, el tema es tan espinozo y molesto para está ala de la Asamblea Legislativa que sus miembros se rehusan a llamar por su nombre a estas modificaciones en el Código Civil.
La falta de seriedad de estas preguntas crea finalmente un ambiente de alarma a que las parejas homosexuales en automático tangan la capacidad de adoptar niños. Las autoridades encargadas de otorgar la tutela de los menores no tienen facultades para repartirlos indiscriminadamente a cuanta pareja lo pida. No. Existen procesos legales rigurosos y las parejas homosexuales deberán someterse y cumplir con los requisitos como cualquier otra pareja.
Proteger el derecho a hacerse de una familia no otorga salvoconductos ni atajos legales a quienes carecían de esta garantía.


martes, 8 de diciembre de 2009

De revoluciones

Hemos perdido la cuenta o quizá ya no nos importa. No sabemos cuántos meses llevan nuestros gobernantes hablando de celebraciones, de aniversarios, de fiestas y eventos fastuosos con los que pretenden pasar a la historia. Los preparativos por el bicentenario causan en ellos un entusiasmo que no logran ocultar ante la posibilidad de verse proyectados en terrenos hasta ahora exclusivos de Peña Nieto. A estas alturas nadie ha hecho una verdadera alharaca por apropiarse en sus discursos de las figuras de Zapata o Pancho Villa y, por asociación, de los sentimientos tan variados que generan en la población. La revolución pasa a segundo término. El bicentenario está de moda, es lo de hoy, y tal parece que todo aquél que se salga del discurso oficial corre el riesgo de ser tachado de revoltoso.
Nadie, a excepción de las columnas guerrilleras y las organizaciones más beligerantes del país, quiere hablar de la Revolución. Hacerlo es una provocación al ejercicio cabalístico de la ruptura social en el 2010, como si la Historia respondiera a plazos fijos, letras de cambio o a relojes biológicos, que nadie puede detener, programados por la mano rampante del destino o por el arrojo o la indignación del “pueblo organizado”.
Pero la elusión no les garantiza que estos dos hechos históricos estén asociados en motivos, con sus debidas reservar y particularidades. En su libro El proceso ideológico de la revolución de Independencia, texto clásico para el estudio de la historia de México, Luis Villoro menciona tres hechos que desencadenaron en las acciones conspiratorias de 1808 y 1810: marginación, subversión de las instituciones políticas por los mismos que las crearon y el descontento general de la clase media.

En el caso de la marginación señalemos que si bien en la actualidad existen avances en materia de equidad en comparación con los dos siglos anteriores, hoy existen más de 37 millones de mexicanos por debajo de la línea de la pobreza, cegún cifras de la Cepal. Ante este panorama, el rector de la UNAM ha sido enfático en señalar que la llamada Generación Ni-ni –llamada así porque quienes pertenecen a ellá ni estudian ni trabajan– son los más vulnerables ante las ofertas del narcotráfico. Lo que durante la Colonia se llamó segregación por castas, actualmente se traduce en marginación económica.
Otra característica que los gobernantes prefieren no mencionar en sus discursos es la ruptura de la legalidad. Ante esta deslegitimación del marco legal, los insurrectos poseen razones suficientes para levantarse contra aquéllo que, apartir de ese momento, es reconocido como tiranía. Este es el prinicpal argumento utilizado no solamente por el abanico de grupos civiles abiertamente opositores al gobierno –que vale decir va desde las organizaciones ecologistas hasta las columnas guerrilleras del sur de la República– sino por amplios sectores de la sociedad que han hecho constantes sus quejas por la corrupción, injusticia e inseguridad que prevalece en todos los órdenes de gobierno. Fue el mismo agrumento que utilizaron tanto los grupos criollos durante la revolución de Independencia como por Fidel Castro en el 53. Es una de las condiciones innegables que un gobierno puede dar si quiere crear y echarse encima un movimiento revolucionario.
Finalmente, uno de los factores más importantes, y sin duda el más complicado es el descontento generalizado de la clase media. Tradicionalmente una de las capas sociales más conservadoras y políticamente más fluctuantes. Fueron las clases medias ilustradas, limitadas en sus posibilidades de desarrollo personal y grupal, las que en 1810 encontaron la posibilidad de revindicar sus aspiraciones en un movimiento que iría más allá de una reforma al sistema colonial. Hoy, la clase media posee canales de comunicación que la hacen capaz de conocer de manera casi inmediata lo que sucede en su país, de compartir información, opiniones sobre los temas más relevantes y sobre todo reclamar.
Esta clase media es la misma que en las últimas décadas ha visto mermada no sólo su capacidad económica a causa de la crisis, sino su capacidad de autonomía y libertad para siquiera asomar las narices por la ventana.
Estos son algunos de los ingredientes que cualquier gobierno, sea de derecha o de izquierda necesita para echarse encima a su población. Parecen más preocupados, como expresó Calderón sobre su propia Presidencia, por no pasar a la Historia como un gobernante más. Sin duda pasarán a la Historia, aunque es probable que su papel esté más reservado al puesto de maestros de ceremonias bicentenarias.








martes, 27 de octubre de 2009

Paraderos, trampas para usuarios

La falta de coordinación entre autoridades convirtió a las salidas del STC-Metro en escenarios de robos y homicidios. Según la PGJDF, Tacuba, Guerrero y Quevedo son las zonas más peligrosas. Transportistas sostienen que la peor es Indios Verdes

Datos de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal (PGJDF) indican que entre enero y julio de 2009 los tres paraderos de transporte de pasajeros con mayor comisión de delitos fueron Tacuba, Guerrero y Miguel Ángel de Quevedo. Sin embargo, conductores de varias rutas y especialistas en materia de transporte público no dudan en considerar que uno de los más riesgosos es el de la terminal Indios Verdes.
Roberto Brito, presidente del Comité de Defensa del Usuario de Transporte Público en México (Cedupam), considera que el problema de la inseguridad en los paraderos tiene múltiples causas y la responsabilidad recae en varias autoridades, tanto del Distrito Federal como del estado de México. Dice que si los riesgos en el transporte público de la capital de la República son altos, en la entidad mexiquense son aun mayores.
Según estimaciones de los propios conductores, las rutas que conectan Indios Verdes o La Raza con municipios del noreste del valle de México acumulan el mayor índice de asaltos a mano armada. Los tramos de recorrido considerados como “críticos” son Tulpetlac, El Rastro, Acueducto, Santa Clara y San Pedro Xalostoc a la altura de la zona La Colonia, además del mismo paradero del Metro.
El también miembro del Instituto Nacional de Ciencias Penales (Inacipe), Roberto Brito, insiste que en el área metropolitana de la ciudad de México anualmente se registran alrededor de 200 defunciones en las que está involucrada una unidad de transporte público, ya sea a causa de asaltos o por accidentes. “Es como si cada año tuviéramos un atentado similar al ocurrido en la estación Atocha de Madrid en marzo de 2004”, dice.
Clasificación de ilícitos
Las autoridades capitalinas han clasificado los delitos que se cometen en paraderos aledaños a estaciones del Metro en dos tipos: los que se ejecutan en los andenes de abordaje de autobuses y los que se cometen a bordo.
En el primer caso la PGJDF tiene registrados en los primeros siete meses de este año un total de 468 robos a transeúnte con y sin violencia, y sólo 59 asaltos con violencia a bordo de microbús. Aunque estadísticas de la Procuraduría de Justicia del DF ubican al paradero de La Raza en el lugar número 19 en incidencia delictiva, datos de la misma dependencia capitalina señalan que en los últimos dos meses han sido detenidas al menos dos bandas de asaltantes en la delegación Gustavo A. Madero, donde se ubica ese paradero. Esas bandas son conocidas como Los Gandallas y la de El Huesos.
“Esta gente (los asaltantes) no tienen hora para asaltar. Ellos asaltan al que pasa. No tienen preferencia por alguna ruta en específico”, dice Cipriano Bobadilla, representante de la Ruta 1, que agrupa un aproximado de 200 unidades de transporte público. Según estimaciones de esta ruta, en algunas ocasiones un operador puede acumular hasta dos asaltos en un solo día. “La policía sólo viene en la mañana para impedir que invadamos los carriles de Insurgentes. A las nueve se van y el paradero se queda en un total abandono de la autoridad. Hace como dos años que no se hacen operativos”, abunda.
Factores de riesgo
Lagunas jurídicas que impiden la coordinación entre el Distrito Federal, el estado de México y la Policía Federal, que se encarga de la seguridad en los tramos carreteros; falta de voluntad de las autoridades y hasta el comercio ambulante son algunos factores que impiden una mayor seguridad en el transporte público del área metropolitana, indican especialistas y conductores. “El tema del transporte no es una prioridad en la gestión de estos dos gobiernos. Incluso, la Ley de Transporte, emitida por Carlos Hank en la década de los años 70 cuando fue gobernador del estado de México, nunca menciona la palabra ‘peatón’. Eso es gravísimo”, dice Brito.
Las mayores críticas del Cedupam recaen en las secretarías de Transportes y Vialidad (Setravi) y Seguridad Pública. “La primera es la secretaría de los choferes: nunca hace caso al peatón y los operativos policiacos por sí solos no sirven. Son medidas de corto plazo. Se crea el efecto cucaracha”, agrega.
Hasta julio de 2009, las salidas el Metro más peligrosas, según la PGJDF por el número de denuncias, eran Tacuba, con 41 denuncias; Guerrero, 35; Puerto Aéreo, 25; Miguel Ángel de Quevedo, 25; Hidalgo, 23; Salto del Agua, 23, y Niños Héroes, 20.

El Universal 26 de octubre de 2009

jueves, 21 de febrero de 2008

Los estudiantes ante la huelga en la UAM

En días precedentes se ha desatado en el ciberespacio una guerra de correos electrónicos, posts y videos que involucran a la comunidad estudiantil de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM). El origen de esta discordia es el conflicto laboral que desde hace semanas mantienen el Sindicato Independiente de la UAM (SITUAM) y los representantes de la rectoría, lo cual ha ocasionado que nuestra casa de estudios cumpla este viernes 22 de febrero catorce jornadas laborales de huelga —si no contamos el día 5, feriado conforme al calendario escolar.
Una de las consecuencias de este movimiento es la opinión dividida de los estudiantes hacia éste, sobre todo por lo que representa para nosotros la suspensión involuntaria de nuestros estudios. Sin embargo, quienes protestan contra esta acción del sindicato, algunos de ellos apelando a una aparente neutralidad, han omitido algunas consideraciones y han sobrevalorado otras no menos importantes.
Si bien todo pasante o egresado tiene derecho a contar con una pronta y satisfactoria incursión en el mercado laboral, también se debe tomar en cuenta que una de las quejas del sindicato es la subcontratación, conocida también como outsourcing, no sólo del personal administrativo, sino también del académico que labora en la unidad Cuajimalpa. Esta práctica se opone al Contrato Colectivo de Trabajo que de manera periódica firman representantes del SITUAM y las autoridades de la universidad.
La subcontratación, según Jiri Musil, citado por Octavio Ianni en La era del globalismo, consiste en “la reducción del tamaño de las empresas, el carácter temporal de los empleados y la mayor movilidad de los empleados”, que en términos mundanos se resume en la abundancia de empresas de servicios —sobre todo en los ramos de limpieza y seguridad, ¿o no?—, las cuales cumplen la función de ahorrarle al cliente la fastidiosa Seguridad Social y los compromisos que ésta representa. El outsourcing genera, entre otras perlas, desempleo cíclico y crecimiento de grupos humanos situados en la condición de subclase. Lo primero se resume en empleos temporales que, además de dejar al empleado en la incertidumbre, son materia prima de los gobiernos para el embarazo de las estadísticas de empleo. Lo segundo podría ejemplificarse con la cantidad alarmante de profesionales que engrosan cada año las filas de la migración al primer mundo, sobre todo para ejercer labores para las cuales no se quemaron las pestañas por tantos años: todos conocemos o hemos escuchado casos de profesionales jóvenes que se emplean de pizcadores, nanas o, en los peores casos, en los populares Mcjobs de Canadá o España.
Esta es una realidad a la que todo egresado tendrá que enfrentarse y a la cual el sindicato, quizá con métodos muy tradicionales, le está haciendo frente.
Otro aspecto que merece consideración es la desconfianza que los sindicatos generan en los estudiantes y en la juventud, ya que existe la idea a generalizar la holgazanería del individuo en la masa anónima de afiliados, incluso a relacionar la palabra sindicato con ineficiencia y nepotismo. Lo cierto es que el empleado comprometido con su trabajo es el menos estruendoso e imperceptible, aunque su salario haya perdido un 35% de poder adquisitivo en los últimos años.
A este empleado no lo vemos porque está a nuestro servicio. Es el anónimo perfecto.
Así también, es necesario puntualizar que el ambiente de polarización y desinformación en la comunidad estudiantil se ha generado por la poca o nula cobertura que se da al conflicto en los medios, sobre todo con la consigna latente de omitir las demandas y argumentos de los sindicalizados.
Sin la intención de hablar en nombre de los uameros, puedo afirmar que todos somos concientes de las consecuencias de esta suspensión de labores y que el dilema de fondo es sobre la justicia o injusticia de las demandas de los trabajadores. Estas demandas reflejan que las necesidades mínimas de la población en general no han sido ni serán cubiertas por las llamadas políticas de “flexibilización laboral” y de recortes al presupuesto educativo. Claro que si algunas excepciones indican que estas necesidades sí son cubiertas, los tecnócratas gubernamentales y sus corifeos —principales beneficiarios— se podrán preguntar: ¿A quién le importa la universidad pública? ¿A quién le importa que, en un caso remoto, se pierda este trimestre?

sábado, 5 de enero de 2008

Estación Cuemanco



Estación Cuemanco
Gerardo Antonio Martínez Vázquez

Ilustraciones de Paula Ávila Rodríguez




En un apresurado artículo, Javier García-Ga­lia­no definió a los gasolineros como el gremio más pueril de todos los que ha conocido. Pa­la­bras más, palabras menos, decía que así como los de Tacubaya son pleiteros, los empleados de gaso­li­ne­ra no desperdician el mínimo descuido para tentarse el culo. Nada de esto es falso. Hay de todo. Tan es así que algunos son borrachos y putañeros, mas también los hay atentos, trabajadores leales y románticos.

Óscar Melo, con casi veinte años en el gremio, per­tenece a la última categoría. Con un metro sesenta de estatura, moreno y de espalda ancha, cualquier des­pis­tada creería que Erasmo Catarino (última revela­ción de La Academia) les ha llenado el tanque de gasolina. Sí, el que viste y calza, el que canta el tema de "La man­za­nita" les ha obsequiado una sonrisa y deseado un feliz via­je. Un tipazo con olor a pueblo. Erasmo y Óscar Me­lo son almas gemelas: amantes de la música ver­nácu­la, de cuna campirana y sobre todo bohemios. Su apodo, sin embargo, no es el mismo. En la Es­ta­ción de Ser­vi­cio Cuemanco todos lo conocen como el Chocorrol.

Esta noche cubriremos el tercer turno. Es el más di­fícil y pesado, también el más riesgoso. La cita es a las nueve y media de la noche. Algunos nos adelantamos para tomar una merienda en la cafetería am-pm. El grupo lo formamos Manuel Cárdenas, alias el Chan­guis, el compañero Chocorrol y yo.

Apuramos la merienda y nos dirigimos a los ves­ti­dores.


Diosas de casillero

21:45 hrs. Presiono sobre el buril y suena el ¡tack! que marca la hora en las tarjetas de asistencia. Cuarto para las diez. Tres veces ¡tack! y el reloj nos amarra a su premura desde este instante. Atrás que­da­ron los za­patos tenis y los jeans, la chamarra de pa­na y la pla­ye­ra con anuncio veraniego: Malinalco, Ixta­pa, Za­ca­tecas. Ahora luzco botas antiderrapantes de suela roja y con casquillo. La ley del más chavo se impone y en el ove­rol cargo los trebejos del grupo. Me dirijo a los dis­pen­sadores de diesel cuando siento una bo­rrasca helada que me cala en todo el cuerpo. De re­greso en el vestidor sa­­co mi chaleco de borrega tipo Malboro y antes de echar candado me persigno ante mi altar de casillero. La vir­gen morena no tiene re­ta­blo y cada quien la sus­tituye con cromos de variada pin­ta. Güeras, pelirrojas, tri­gue­ñas y hasta orientales sustituyen a Tonantzin. Por mi parte le deseo dulces sueños a Jessica Alba. Ella, pe­se a la suerte que la re­dujo a simple afiche, vigila mi mo­rral para luego dedi­carme un guiño que le sé fin­gi­do.

No me engañas, tonta.


Pactos entre caballeros y golpes de rufianes

22:00 hrs. Es un conductor cuatrojos y de melena blan­ca. En un principio lo confundí con uno de esos french que acostumbran asomar la lengua en perruna com­petencia de frivolidades. El Chocorrol apunta cifras de los dispensarios de la isla 2. Yo hice lo propio en la isla diesel y el conductor cuatrojos me hace señas pa­ra preguntarme: "¿A qué hora, mano?" Le explico que estamos en el cambio de turno y necesito autori­za­ción. Ésta llega pronto por medio de las bocinas de la estación. Atiendo al cliente y cuando llega la hora de cobrar saca de su pantalón una valera, la sacude ante mis ojos desde el interior de la cabina y dice:
—¿Ton's qué, moreno? Vámonos al diez por ciento, ¿no?

En las estaciones de servicio existen dos clases de mo­vidas. A unas se las considera desleales y tra­pe­ras: el bombón y el fantasmón. La otra clase equivale a un pacto entre caballeros y se necesita la proposición y complicidad del cliente. Esta movida no tiene nom­bre pero la llamaremos diezmo, por su caridad cris­tiana.

El bombón consiste en no marcar en ceros el ta­ble­ro (00.00). Por ejemplo: un automovilista consume cien pesos, el cliente que le sigue pide doscientos, en­ton­ces el despachador pone cara de menso y sim­ple­men­te no marca el tablero como corresponde. El consumo del in­cauto inicia entonces desde los cien (100.00), al lle­gar a los doscientos (200.00) ignora que sólo tiene la mitad de lo que pidió. Sin contar la propina, el des­pa­chador se queda con un ciego (¡100 pesotes!). La víctima se va con un feliz e ingenuo piquete de ojos, sin olvidar corresponder a la sonrisa perversa de su vic­ti­mario: gracias y regrese pronto. Las presas más vul­ne­rables son las doñas -máxime si ponen más atención al celular que a las preguntas del em­plea­do-, pa­re­jas imitadoras del dueto Pimpinela, pa­rran­deros y el que se deje.

Sin temor a herir susceptibilidades y con apego a la verdad suprema me doy licencia para decir que se ne­cesita ser más bruto para estar entre las víc­timas del fantasmón. He aquí una recreación: una joven de buen ver y ojazos tapatíos llega a la estación y pide al em­pleado que le revise el nivel de aceite. Éste, luego de una pequeña pantomima, dice a la muchacha que su motor está chorreando lubricante (je, je), le pide que des­cienda del auto para que vea con sus propios ojos el desperfecto. El bellaco, que no desaprovecha la oca­sión para juzgar las ancas de la ingenua, hace pasar las costras de cochambre y mugre por apremiante fu­ga. Entonces hace que el motor se trague el primer li­tro. El atento empleado pide a su clienta que apriete el acelerador para que así el aceite corra en el sis­te­ma. Después alega que hace falta un litro más, ella acepta sin chistar pues está en manos del experto. El experto corre por otro bote de aceite y pide que mien­tras va­cía su contenido la clienta acelere a me­dia pata, sua­ve­cito. El em­pleado destapa el bote y sin violar el sello (¡importantísimo!) hace como que hace su trabajo y acompaña el lance con sonidos guturales que ase­me­jan el correr del liquido: glu... glu... glu... "Todo lis­to", dice. Envuelve a su víctima con ex­pli­ca­ciones en las que mezcla palabras como cremallera, ci­güe­ñal, al­ternador y sangre nueva para su motor. Ella es­cu­cha con un dedo en medio de los labios, paga los dos bo­tes y por propina le deja una sonrisa coquetona y piz­pireta. Él, no conforme con haberla estafado, le chulea los lindos ojos tapatíos y le desea un feliz via­je. El au­to se aleja, el empleado pone el bote usado en la basura y el íntegro alcahuete en la aceitera; el efec­tivo del pri­mero va a la cuenta y el dinero del segundo va al bol­si­llo del más vivo. Sin saberlo, la ingenua ja­lisquilla acaba de ser víctima del fantasmón.

Moraleja: desconfíe del despachador que ofrezca acei­tes, anticongelantes y demás yerbas como si el ne­gocio fuera suyo.

Regreso a la realidad y Cabeza de french poodle me mira sin soltar el fajo de vales.

—Órale, güey, ¿sí o no?

Cabeza de french poodle deja de ser tal y se con­vierte en un respetable ciudadano y estimado cliente.

Existen estaciones en las que se cambian vales por efectivo sin ninguna complicación, pero la Estación de Servicio Cuemanco es una casa decente, medio pro­vin­ciana y ñoña. Por lo tanto, están prohibidas tales tran­sac­ciones. Pero los vales son cosa de niños, pues el verdadero golpe está en tarjetas Accor y Effec­ti­card. Las terminales móviles de cobro son sencillamente una maravilla. Suponiendo, sin conceder, que cabeza de french poodle haya consumido quinientos, no me resta más que cobrarle el doble. De este modo queda cu­bier­to el gasto neto y sobra otro tanto, es decir, otros qui­nientos pesos. De éstos tomo el diez por ciento y el resto se lo entrego en efectivo al cliente. Nuestros prin­cipales socios son repartidores de repostería, agentes de seguros, vendedores farmacéuticos, conductores de autobuses escolares y chavos fresas que tomaron la tarjeta prestada de sus padres.

Con estas mañas, quién podría dudar que un vocho es capaz de cargar mil pesos de gasolina. Cliente y de­pendiente pueden desafiar la ley de la impenetrabilidad con sólo tener en sus manos la maravillosa tarjeta de co­bro, varita mágica en los finales de quincena.


Grítenme piedras del campo

00:20 hrs. Hace veinte minutos dejó de ser ayer. El trabajo se relaja lo suficiente para hacer la cuenta pre­liminar de las propinas. Alguien saca las tortas de ja­món, otro fuma un cigarrillo en lo más oscuro de los vestidores y uno más (según palabras de Quevedo) des­come lo ingerido en la mañana mientras busca man­chas en las cenefas y los azulejos del baño. A partir de ahora el trabajo será intermitente, tan espaciado que nos tur­naremos la atención del cliente.

Las veladas constan de dos grupos. Uno pertenece al turno de la mañana y el otro -el nuestro- al ves­pertino. Manuel Hernández -el Rodwailer- se ha­ce cargo de la isla 1. Lo acompañan don Benja y Nicolás Acosta, alias el Güagüá. El apodo le vino por una pé­sima dicción que el lector ya puede imaginarse. Mi grupo se hace cargo de la isla 2 y de los cuatro dis­pen­sarios diesel, que zumban como moscardones en lo más alejado de la estación.

El Chocorrol decide que es momento de lavar el vie­jo Spirit dorado. Arranca el auto, lo mueve de la ban­queta que le sirve de estacionamiento y lo dirige a la isla de diesel. Éste es el mejor lugar para darle ser­vi­cio. Ha encendido las bocinas, que desgarran el mu­tis­mo de la noche con estrofas que anteceden al rugido del motor: "Soy como el viento que corre alrededor de este mundo / Anda entre muchos placeres / Anda en­tre muchos placeres / pero no es suyo ninguno."

El gremio gasolinero, al menos en Cuemanco, tie­ne eso que los marxistas llaman conciencia de clase. Cuan­do recuerdan mutuamente su condición de semia­sa­la­riados lo hacen con una frase llana y no exenta de sinceridad: "Eres gato", dicen. Y no conformes con ha­ber humillado al de su mismo escalafón, rematan con un somero "miau".

Es fácil imaginar la cantidad de dinero que pasa por las manos de un despachador a lo largo de su tur­no. Pero sólo tienen el placer de acariciar dinero aje­no pues, como dice la canción: "Anda entre muchos pla­ceres / pero no es suyo ninguno."

Éste es un buen pretexto para describir la historia que envuelve a los trabajadores de la Estación Cue­man­co. En el 95, el hijo de don Enrique de Hita, due­ño de la estación, estudiaba en el Tec de Monterrey. Allí co­noció al hijo de un acaudalado empresario ga­so­li­ne­ro. Éste le dijo dónde estaba el business y a principios del 96 don Enrique se había hecho de un permiso de Fran­quicias Pemex. En el 97 se cortó el listón y los más reco­nocidos gasolineros se emplearon (con todo y fra­ne­la) en lo que prometía ser un jugoso negocio. El com­plejo de servicio consistía en cuatro islas que su­minis­tra­ban Magna, Premium, Diesel y la más surtida va­rie­dad de Bar­dahl, Quaker State y melcochas Mexlub para los austeros; si los viajantes tenían antojo de un snack podrían en­contrar de todo en El Vitral de las Flo­res. Este mi­ni­sú­per merece mención aparte, pues está formado, casi en su totalidad, por un colorido vitral con escenas bu­có­li­cas, marcos emplomados y una cú­pu­la en forma de in­vernadero. No dude en visitarla cuando pase por allí.

Hasta el año pasado los mejores clientes de El Vi­tral fueron los empleados. Tanto así que allí se cons­piró una huelga que nunca llegó a ser. Durante los primeros cuatro años, los empleados del señor De Hita vivieron un armónico manjar de tolerancia y ca­mara­de­ría. Los administrativos -bastante numerosos si se toma en cuenta que el patrón controla todos sus nego­cios desde allí- se iban de parranda con los jefes de isla; cada año se partía la rosca de reyes y nadie de­la­taba al organizador de las prohibidísimas tandas. Pe­ro como dice el proverbio orwelliano: "unos eran más iguales que otros". Los administrativos, con todas las de la ley, gozaban de las prestaciones que los des­pa­cha­dores anhelaban; estos últimos debían además pa­gar a diario diversos cobros y cuotas. Poco a poco se fue ge­nerando hostilidad por parte de los em­plea­dos de con­­fianza y exigencia de los trabajadores de base.

Una mañana de febrero de 2003 al despachador Er­nesto Jiménez se le pidió la devolución de su gafete: estaba despedido y se le ofrecía una simbólica liqui­da­ción, misma que rechazó mientras trataba de re­pri­mir el llanto y la ira. Durante toda la mañana los clientes habituales vieron a quien conocían por el Pecas ca­mi­nar a lo largo de la rampa de entrada a la estación; en la ma­no levantaba una cartulina de protesta: exigía cono­cer las causas de su despido y, de paso, denunciaba los abusos que se cometían a diario. Pero los ad­mi­nist­ra­tivos ignoraban que el Pecas tenía un paso adelante, pues él y otros trabajadores de base, previendo las con­secuencias, llevaban varios meses afiliados al Frente Auténtico del Trabajo.


02:35 hrs. Es momento de hablar del Changuis. Ma­nuel Cár­denas lleva trabajando en la estación desde el día de la inauguración. Los años lo han hecho algo des­con­fiado, pero su charla es sincera. Fue el primer jefe que tuve, pues cuando ingresé a la estación me in­te­graron al grupo que componíamos don Trini Pé­rez, Cár­denas y yo. El Changuis es delgado, pero con un vientre que alguien calificó propio de perro tri­pón pa­rado en dos patas. Sus gestos son casi con­vul­sivos: abre y cie­rra los ojos, echa el cuello para atrás y luego ade­lan­te, se acomoda y sube el cinturón a la menor provoca­ción.

Entre los dos tallamos el área de diesel. Me cuenta que los trabajos nocturnos se impusieron desde que la contadora descubrió que los miembros de este turno se relevaban en el cuidado de los dis­pen­sarios. Unos aprovechaban el tiempo para dormir en la oficina -lo que más escandalizó a la contadora fueron las boto­tas arriba del escritorio-, otros leían el Récord, y los más vivos apantallaban a las cajeras de El Vitral con sus dotes de bel canto. "A Duvalín no lo caambio por naaada", era la estrofa que cantaba el Ruso, el vigi­lan­te anterior, en el momento exacto en que la conta­dora entró a la tienda.El Chocorrol cerró la isla 2 y talla al mismo ritmo que nosotros. El Rodwailer no desaprovecha la opor­tu­nidad y manda a sus chalanes a lavar el estacio­na­mien­to de la tienda. Quiere toda la isla para él solo y por algo recibe tal apodo: por chaparro, trompudo y perro. Don Benja y el Güagüá son de carácter débil y obe­de­­cen sin reclamos.


La rueda de la fortuna

04:17 hrs. El gasolinero tiene de dos sopas: o le son­ríe un arcángel o el demonio le hace morisquetas.

No todo son tragedias, desencuentros laborales y oje­rizas entre los empleados. También están las bie­na­ven­turanzas y los golpes de suerte. Más de un despachador ha encontrado cariño con alguna clienta que decidió saltar del volante a los brazos de un auténtico tipo ru­do.

Cuentan que Janis Joplin se encamaba con tipos ras­pas, del barrio, sin oficio ni beneficio, para demostrar que nunca se había olvidado de la banda. El más afor­tunado en estos lances en toda la estación es el Cha­pi­tas. Cuando ve llegar a una clienta de buen ver, da brinquitos de emoción y se patina como pingüino pa­ra dejarla complacida: "¿Le checo los niveles de las llantas, señorita? ¿Se le ofrece algo de la tienda?" Tie­ne el arrojo de Pedro Infante y Luis Aguilar en ATM.

Por desgracia, no todos cuentan con la misma suer­­te. Los más jóvenes tienen oportunidad de desbordar cier­to sex appeal, siempre y cuando se comporten y se vistan de la forma adecuada. Las manos callosas y sucias pue­den ser repulsivas para cualquier mujer, pe­ro si el dueño de ellas es joven, espigado y aseado pese al trabajo que desempeña, tiene un pie dentro con una clienta en busca de áijale.

Cuando se presentan trajines vespertinos, los jóve­nes despachadores pueden lucir sus fuerzas y su por­te. Con las mangas dobladas, guantes de carnaza y una herramienta en mano (supongamos una llave Steel­son), sólo les resta caminar con cierto garbo, des­po­jarse de los gogles y limpiarse el sudor con el dorso de la ma­no. Las clientas jóvenes voltearán a verlos ine­­vi­ta­ble­men­te. Los candidatos a donjuanes pueden co­menzar el lance con una caída de ojos y una sonrisa furtiva (abs­téngase chimuelos). Existen casos en que el peep show va tras el volante. Porque sí, aunque yo no lo creía, los exhibicionistas existen. En la estación era pro­ver­bial­mente estimada la conductora de un Tsuru do­ra­do. Era joven, delgada, aunque salpicada de acné por todo el rostro. Le pusieron la Nescafé, pues está he­cha a base de puro grano. Pero, como decían vulgar­mente, si la cara era de grano, el resto del cuer­po era pura galleta, es decir, que no le dolía nadita. Me ha­bían hablado de ella, como precaución para que no me aga­rrara en curva. El día menos esperado se aparcó en mi isla un Tsuru dorado. Caminé hasta la ventana del pi­lo­to y di las buenas tardes. Era ella: ¡la Nescafé! El cuer­po se me hizo de gallina a causa de su micro­mi­nifal­da. Hice de tripas corazón y la atendí como a cual­quier cliente. Entregué las llaves, me pa­gó y, ha­cién­dose de la boca chiquita, me obsequió una son­ri­sa seudo­ino­centona.

—Hiciste lo debido -me dijo don Trini, que se­ma­nas antes me había sermoneado con eso del res­pe­to a la pareja.

—¿Y qué fue lo debido? -pregunté.

—Como todo caballero, no dudaste en hacerte pen­dejo-, respondió. Nadie me había felicitado y pendejeado al mismo tiempo.


04:50 hrs. Llega un auto deportivo con la farra des­bor­dante. Los que no están trobos llevan ya media es­to­ca­da. Son cuatro y el que va al volante tiene en la sangre un grado más de metanol. Todos ríen y el co­pi­loto pide tanque lleno. Tomo la mamila (los neófitos le llaman pis­tola de gasolina) y la introduzco al receptáculo. Los clien­tes no han dejado de mirarme. Sé que traman al­go. El Chocorrol me observa desde la puerta de los ves­tidores y se acerca con paso disimulado. Ya a mi lado, me pregunta si me entregaron las llaves. Respondo que no. Toma la mamila, me ordena que le acerque una lata de aditivo y pone cara de pocos amigos. Los cons­pi­ra­dores se hacen los disimulados, algunos pasan saliva y otros más carraspean para ocultar su ner­vio­sis­mo. Yo permanezco a distancia prudente y con otra lata en la mano, por si se ofrece. El tanque se llena, el Cho­co­rrol cobra mientras cuelgo la mamila en el dis­pen­sa­rio y los parranderos salen como bólidos por Pe­riférico. Esta vez tuve suerte, pues de haber huido, yo habría te­nido que pagar los casi trescientos pesos de consumo.

Los asaltos bancarios son escandalosos, movilizan a decenas de patrullas y los noticieros nos recetan do­sis diarias de paranoia. En cambio, los asaltos a gaso­li­ne­­ras son más silenciosos, casi siempre de noche y de jugosos dividendos para los cacos.

La Estación Cuemanco no se salva de esa calaña. Hubo un tiempo en que el tercer turno fue víctima del Pontiac rojo. A altas horas de la noche se aparejaba el conductor, estacionaba el auto en cualquiera de las islas en función. "Tanque lleno, Premium", ordenaba. A la hora de pagar, sacaba la pistola y despojaba de la cuenta al dependiente. Ocho veces se dio gusto con la estación, dos veces los despachadores se dieron el gus­to de decirle que ya se había tardado. ¿Patadas de aho­gado o humor negro a costillas propias?*

Uno de los golpes más sonados en el medio petro­lero (sí, los despachadores también son petroleros) fue el que recibió hace varios años una gasolinera de San Jerónimo. Todo corresponde a lo contado por un pi­pe­ro de Pemex, pues ellos se encargan de despepitar lo que pasa en otras estaciones.

El tercer turno hacía el trajín de cada noche. Cerca de las dos de la mañana se aparcó una combi. Todo pa­recía normal hasta que se abrió la puerta de la ca­mio­neta y salió un comando de ocho hombres arma­dos hasta las criadillas. Los empleados y el vigilante fue­ron sometidos, se les condujo a la oficina, se les des­nudó y los asaltantes pasaron a la segunda fase de su plan: cambiaron de piel. Seis de ellos despacharon los dispensarios mientras dos más cuidaban a los cau­ti­vos y el conductor los esperaba en un extremo de la esta­ción. Durante casi tres horas hicieron y deshicieron a su antojo. Incluso se les ocurrió la idea de regalar acei­tes a los clientes: cortesía de la casa.

Cerca de las cinco de la mañana abordaron la com­bi con rumbo desconocido.


05:30 hrs. Los primeros relevos llegan a la estación. Unos llegan de overol, otros con ropa deportiva, ho­ga­reña, y uno que otro con ropa casual. Comienzan a despejar de mamparas a las islas que permanecieron cerradas en el transcurso de la noche.Mientras el Changuis y el Chocorrol atienden a los últimos clientes del turno, yo lleno el tanque a uno de los tres camiones de diesel que están formados.

Pronto llegará el llamado a hacer el cierre de tur­no, haremos cuentas en la oficina, a escupir billetes en ausencia de esponjitas humectantes, a checar tarjetas bajo el buril del reloj checador. El tiempo nos libera.


06:30 hrs. Jessica Alba sigue allí, tan fresca como la última vez que nos vimos. No quiero imaginarla con em­plastos de aguacate, tubos capilares y el rugiente aliento matinal que deprime a los enamorados. Mien­tras me visto de civil canturreo la cancioncilla que en mis años párvulos sonaba en voz de Luis Miguel y Shee­na Easton: "Pero entre tú y yo no olvido el amor. / Me gustas tal como eres." Nos veremos pronto.

*El conductor del Pontiac rojo siempre iba acompañado de una mujer distinta. Siempre bastante potable.